El Destacamento de avanzada de Santiago en 1941, en el oriente ecuatoriano, algunos soldados eran enviados de castigo a estas guarniciones debido a la vida dura que conllevaba vivir aquí |
En frente del oriente ecuatoriano durante la guerra de 1941 fue el más duro para nuestros soldados, ya que estuvieron abandonados a su suerte, sin refuerzos y ni un refugio para combatir en mejores condiciones que el enemigo, este es el caso de un sobreviviente que le tocó vivir esos días de guerra en esa parte olvidada de nuestro país.
Por Jenner Baquero
Un antecedente
En 2000 me entrevisté en Quito con el Presidente de la Asociación de ex combatientes de 1941 de Pichincha (tercero de izquierda a derecha en la foto); charlamos largamente acerca de la guerra, los veteranos nos miraban evitando acercarse, no les gustaba hablar de sus tristes experiencias en combate; el Presidente del gremio llamó a un delgado y moreno anciano y le pidió que me cuente su vivencia, yo esperaba que me hable acerca de lo único que yo conocía entonces y había leído: el frente del Oro, el nombre “Santiago” me era extraño, de mala gana le escuché, no sin antes ser animado por el Presidente a que escuche bien su relato por ser absolutamente veraz.
El veterano se sentó, puso las manos en las rodillas y empezó a hablar con no mucho gusto, me dio su nombre, el cual lo olvidé rápidamente pues me imaginaba que su narración duraría unos 5 minutos luego de lo cual pasaría a otro combatiente; su historia fue tan impresionante que la escribí, mi memoria es fotográfica para los relatos, lastimosamente su nombre no lo tengo porque prácticamente ni lo escuché (es natural que jamas recuerde los nombres de mis estudiantes al final del semestre a pesar de haber pasado con ellos por cerca de 100 horas), en cuanto a las caras, parece ser el primero de la izquierda en la foto.
ATAQUE EN SANTIAGO, 1941
El ataque enemigo es sin tregua, la metralla barre la vegetación moviéndola violentamente, el olor a pólvora domina el ambiente, taca, taca, taca...taca, taca, taca suena la ametralladora cuyos proyectiles buscan nuestra carne; no luchamos por sobrevivir, peleamos por sobrevivir un poco más de tiempo, por no morir indemnes sin defendernos.
Tac, tac, tac...tac, tac, tac; nuestros Koplacher y Mauser se defendían como podían, 7 hombres mal comidos defendiéndose contra una fuerza poderosa que nos superaba 20 a 1. Tiro a tiro, con disciplina de fuego iba yo disparando mi Mauser rastrillando en cada tiro, el cartucho salía hirviendo de la recámara; un hueco en el estómago se formaba antes que un bombazo de adrenalina recorriera mi cuerpo, extraños son los minutos cuando la muerte te aprisiona el pescuezo.
El mes anterior había yo pedido a mi capitán que me saque del destacamento debido a mis enfermedades de serrano en ese pedazo olvidado de selva, no podía arriesgarme a que me coja el monte (locura esquizofrénica) con tanto tiempo adentro sin relevo; el oficial finalmente ofreció hacerlo para agosto de 1941.
Pocos días antes de cumplirse el plazo llegaron dos nativos a dar la alerta que los peruanos subían por el río y acribillaban a los soldados ecuatorianos en los destacamentos del Santiago, no tomaban prisioneros; al apuro se nos ordenó realizar un dispositivo de seguridad al pequeño puñado de uniformados que estábamos allí, incluyendo los nativos quienes en medio de la obscuridad desaparecieron como si la noche se los hubiese tragado. Nos hubieran sido útiles el momento del combate, ahora estábamos pocos y sin escapatoria.
Poco a poco las posiciones desde donde se defendían mis compañeros iban quedando silenciosas, se iban callando sus fusiles o la ZB, quedamos solo unos 3; de tanto en tanto se torcía el tubo cañón de mi fusil por el calor, me orinaba en él y rectificaba la puntería. Ya sin esperanza, de pronto llegó una aliada inesperada.
La noche cubrió de obscuridad la selva, yo me quedé entonces agazapado y muy quieto, muy callado detrás de mi árbol, los peruanos se aseguraban de haber liquidado a los nuestros en el destacamento, verificaban que nadie quede con vida, habían tomado la triste choza que fuese nuestro lugar, ese que fue testigo del abandono, del hambre y de la muerte ecuatoriana.
De pronto recordé la panga (barquilla), ¡la panga!, agazapado como estaba fui moviéndome hasta la orilla del Santiago, la luna iluminaba la vera del calmado cauce, casi arrastrándome llegué a la arena y como pude subí a la pequeña nave, me senté muy despacio, doblé el lomo hacia adelante y empecé a remar muy quedamente con las manos hacia la mitad del río , bendita luna que guió mis pasos hasta esa barca libertadora.
Un taca, taca, taca, taca dejó en silencio el aullido de los monos, las tablas de la embarcación empezaron a crujir según los proyectiles de la ametralladora se fueron incrustando en la popa y en los lados, ¡me vieron!, remé con desesperación pero la luna traicionera me delató, desde arriba dispararon a mi bulto y me cosieron las piernas con los rafagazos; a punto de desmayarme atisbé en la penumbra un islote de arena un poco más allá y hacia allí me dirigí; cuando la panga se metió en la arena, coloqué mi pecho en la borda y me arrojé a la orilla, fui arrastrándome hasta alejarme del agua y me acosté mirando las estrellas, algo que no se podía hacer en medio de la jungla.
La fiebre había hecho presa de mi, necesitaba agua con desesperación, la noche y madrugada la pasé temblando de frío y debilidad, voces e imágenes desfilaban en esa semi pesadilla de ojos abiertos, de tanto en tanto miraba mis piernas y volvía a la realidad, me las tocaba a ver si sentía algo, dolor, dolor, terrible dolor, pero no podía gritar o vendrían a matarme.
Día 2
Coloco mis manos en la cara para que el sol no pegue en mi cara, aunque está nublado me quema la piel, las heridas ya supuran, será que en el ambiente selvático la carne se descompone más rápidamente, yo he sido enfermizo en este clima malsano, peor ahora que lucho por morir dignamente.
Algo se acerca...ah, son aves de rapiña, saltan asquerosamente, son como ratas con plumas, esperan que yo muera para disputarse este cuerpo desnutrido y acribillado; muevo la cabeza buscando una piedra de río o algo con que poderlas espantar, un palo, eso es, un palo, extiendo mi mano y agarro ese palo seco y liviano, cada vez que esos ángeles de la muerte se acercan intento golpearles, con toda tranquilidad esquivan el latigazo y tuercen el pescuezo mirando hacia otro lado, tienen toda la paciencia del mundo.
La segunda noche no es el nirvana que uno esperaría, la dulzura de la paz que antecede a la muerte, no, es la típica pesadilla semi despierto; hablo con alguien y alguien habla conmigo, el capitán me grita diciendo que no hay relevo para mi, luego vienen los peruanos y me bayonetean el ojo, siento claramente la hoja en la pupila, otro me abre el estómago, no, no es el peruano, es una de las aves de rapiña a quien golpeo en la cabeza pero nada siente, saca mis intestinos y se los va tragando moviendo asquerosamente el pescuezo, sacudo mi cabeza, todo es esquizofrenia.
Levanto mi brazo en la obscuridad mientras mis dientes chasquean por el frío, sigo entero, palpo mis piernas que me duelen a rabiar, suelto un seco y débil quejido: !ahhhhhh¡, me muerdo la lengua, al menos aquí muero solo, no me matan, muero yo.
Día 3
Mis labios están resecos, se me hace difícil tragar, ¿que fecha será hoy?, que importa, me siento desvanecer, las carroñeras no deberán esperar demasiado, serán como las 10 de la mañana, me desvanezco perdiendo la conciencia, mi mano sigue asida del palo seco con el que me he defendido de las aves.
Un rumor fuerte resuena en mis oídos, abro los ojos despacio, alguien con uniforme me sonríe: “Tranquilo monito...no te va a pasar nada”, estoy en un avión militar peruano, el uniformado me dice con satisfacción: “Estamos yendo a Iquitos”, el avión se balancea en el aire.
Me bajan de la aeronave llevándome urgentemente a un hospital donde luchan por salvarme las piernas, la una está peor que la otra. Cada vez que me revisan, las enfermeras y el doctor hablan en voz baja pero veo por su aspecto: escepticismo, desánimo; me sonríen forzosamente, no me prometen nada, quizás no volveré a caminar.
1942
Luego de firmado el Protocolo de Río de Janeiro se interrumpen mis terapias en el hospital de Iquitos, me embarcan por el Amazonas vía Manaos, de allí hasta Río de Janeiro, Uruguay, Argentina, Chile y Perú hasta Guayaquil, llego allí gracias a la Cruz Roja.
En Guayaquil no hay recibimiento apoteósico, no hay banderas, bandas de música ni vivas a los combatientes; somos embarcados en un tren hasta Quito; en Machachi ordenan que pare la máquina hasta que se haga de noche, no quieren que los quiteños nos vean llegar, la luna de la medianoche ilumina sobre Chimbacalle cuando nos bajamos en la desolada estación.
Tullido como estaba, demoré horas en llegar a la casa de mi madre, triste conmoción, me recibieron fríamente; les habían dado la noticia que morí en la guerra, estaba en trámite una pensión a mis deudos, ahora con mi llegada, esa pensión no les sería otorgada, de allí la frialdad conmigo.
Cuando llegué al Ministerio de Defensa en los días posteriores, me dijeron que yo no existía, que la persona con mi nombre estaba muerta, tuve que probar por todos los medios que yo, era yo, que estaba vivo, así poder sacar de nuevo mi identificación y acceder a algún tratamiento en el Hospital Militar, nada pudieron hacer allí, quedé tullido para siempre.
Con los años tuve que jugármelas en la vida, así, tullido, ganarme el pan con mucho esfuerzo y luchar no solo por mantenerme sino por no desmoronarme con la infame actitud de la gente, para ellos, haber estado en la guerra era como haber estado preso por criminal, ellos pensaban que solo con “heroísmo” se ganan las guerras aunque estes mal comido, vistiendo harapos, con poco armamento, sin relevo, sin refuerzos, mal preparado, contra un enemigo bien preparado que te supere 20 a 1.
En mi vejez, el ejército me dio un uniforme camuflaje para que me pudiesen enterrar con él, ¡que cúmulo de emociones!, mi cuerpo enfermo reposaría con el uniforme que defendí; al poco tiempo lo retiraron diciendo que el nieto de alguno de los ex combatientes lo usó para delinquir, no se podían arriesgar.
Nota del editor: Cuando se hizo ésta entrevista en la Asociación de ex combatientes de 1941 (año 2000), los afiliados recibían unos poquísimos dólares de pensión mensual.
La gente del Ecuador partir de los 40s solía tratar con burla a los ex combatientes del 41 diciendo la frase: “Los que pelearon, murieron, los que corrieron, están vivos”.
- Título original FRENTE: SANTIAGO, basado en una entrevista a un combatiente en el río Santiago (1941) tomado del libro Del Libro “De la Cruz al Trueno”.