viernes, 8 de marzo de 2019

A los seis años vivió los horrores de la guerra

Reportaje tomado de Diario El Comercio de Ecuador

Tiene 83 años de edad y Emma Agripina Noblecilla Gonzaga, aún mantiene vivo en su memoria los horrores que vio y vivió durante la invasión militar peruana en julio de 1941.

Por: Alberto Chávez Cruz

Afirma que a sus seis años de edad, el momento más terrible que le tocó ver fue cadáveres sentados en pozas y a las mujeres abandonadas dando a luz tiradas en el lodo y todo en medio del ruido ensordecedor de la explosión de bombas e intensos tiroteos desde los aviones peruanos.

Su Familia

Ella nació el 23 de junio de 1935 en el centro de la ciudad de Machala, hoy barrio Piguari, en casa de sus padres que estuvo ubicada en la esquina de Guayas y Arízaga. Es única hija del compromiso matrimonial entre Godofredo Noblecilla Crespo y Elena Gonzaga Aguirre.

Su progenitor de oficio agricultor tuvo propiedades en la zona de Caluguro, zona cacaotera, que con el paso de los años se convirtió en zona frutal y finalmente bananera.

Emma Agripina Noblecilla Gonzaga, recibió la instrucción primaria, antes y después de la invasión peruana en la escuela Isabel La Católica, y en el colegio Nueve de Octubre estudió hasta cuarto año porque después de la invasión su madre quedó sola y no tuvo como apoyarla.

Confiesa que aunque no le gustó jamás ir al cine, reconoce que sí fue invitada, una sola ocasión, por unas amigas y conoció el cine Idilio. “Jugaba en casa con mi abuelita Mercedes Aguirre Roque y mi hermana. Fui mala, bien mala porque la ropita que ellas cocían yo las escondía o las enterraba y nunca aparecían”, cuenta.

La Invasión

“Mamita Emmita” como le dicen sus hijos y nietos, señala que cuando tuvo seis años de edad vivió los horrores de la guerra en 1941.

Afirma que en el mes de julio de ese año, en la mañana asistió a recibir clases en la escuela Isabel La Católica y antes del mediodía escuchó fuertes estruendos, el bullicio de la gente en las calles, gritos desesperados y pedidos de auxilio.

No entendía que pasaba. Los profesores salieron a las calles. Los alumnos quedaron encerrados en las aulas Al rato, con cara de preocupación y susto, apareció en la puerta su tía Lucila. La agarró de la mano y corrieron rumbo a la casa.

Al pasar por la calle hoy denominada Nueve de Mayo, alcanzó ver destrozos, huecos grandes en el suelo, a la gente correr de un lado a otro y cuerpos tendidos en el suelo. Seguía sin entender qué pasaba.

“Me asusté ver tantas personas huir de los disparos que salían de aviones que daban vuelta el cielo de Machala. Me puse a llorar cuando una bomba que cayó explotó e hizo estremecer la calle por donde yo y mi tía corríamos”, cuenta.

La Huida 

Doña Emma continúa su relato explicando que su abuelita como su mamá y el resto de familias muy desesperadas no sabían que hacer. Su papá Godofreo Noblecilla, ordenó agarrar colchas y nada más y se dirigieron con rumbo a Pasaje.

En el camino tropezaron con muchas familias que desesperadas también huían, dice que fue desesperante ver en el camino a niños que lloraban y la cara de miedo que se reflejaban en los rostros de las madres, padres y ancianos.

Asegura que caminaron casi dos días y que metros antes de llegar a una finca, el olor a chicharrón los alegró, eso significaba que estaban a pocos metros de la finca de su tío Abdul Gonzaga.

Ya en el familiar lugar comieron y se abastecieron para proseguir con la huida. En esta parte de su historia sonríe al contar que la nueva ruta para escapar de la ferocidad de los peruanos fue llegar a Tillales, donde eran esperados por una barcaza y huir hacia Guayaquil.

“Han transcurrido tantos años y la verdad no me explico qué pasó o por qué tomamos un camino que luego de dos días nos hizo regresar a Machala.

¡Huy estamos nuevamente en Machala! – gritó mi mamá.

Retrocedimos, y esta vez tomamos el camino hacia El Guabo para llegar a la Yé de Tillales y terminar en Tendales”, agrega la sobreviviente de la invasión peruana de 1941.

Desesperación de su mamá

Siguió narrando que la caminata fue pesada, cansada. Mucha gente se quedaba. Se escuchó que los aviones atacaron a Barbones, donde horas después fueron informados que los aviones peruanos habían masacrado ese pueblo y matado mucha gente.

Emma, cuenta que durante el camino vio muchas escenas de horror y muerte.

“Vi cómo la gente moría al ser alcanzado por las balas de los aviones. Sus familiares con mucha valentía se quedaban, luego abrían un hueco en el lodo y dejaban enterrados los cuerpos.

Vi a ancianitos que como ya no podían caminar pedían suplicando a sus familiares los dejen botados.

Muchos heridos prefirieron abrir zanjas y taparse con arbustos y se quedaban allí escondidos.

A pesar de mis 6 años de edad me dio mucha tristeza ver como una mujer que estaba tirada sobre una sábana paría a su hijo y nadie la ayudó.

La gente pasaba corriendo y muchas veces lo aviones disparaban sobre todo lo que se movía en tierra
Doña Emma, ahora se pone triste y preocupada. Me mira fijamente y yo supongo que algo me quiere decir o no.

¿Qué le pasa. Se acordó de algo penoso? -le pregunté-.

Y ella me responde:

“Mire periodista. El viaje era tan agotador que cuatro kilómetros antes de llegar a Tendales mi mamá cayó en crisis.

No quería seguir, lloraba, miraba a mi hermana Lucila y a mí.

Toda desesperaba grita y le dice a mi abuelita Mercedes: ¡Mis hijas ya no avanzan. Mejor voy a tirarlas al rio y que desaparezcan!.

Mi abuelita la agarra, la cachetea y también le grita: ¡Estás loca! ¡Son tus hijas! ¡Dios nos ayudará!
Acto seguido las dos cayeron en llanto. Mi padre las calmó, minutos después se tranquilizaron y decidieron seguir el camino”, relata.

El Caballo

Al pasar Barbones, chocaron con dos caminos, el uno en dirección a Tendales y el otro a Bajoalto. Ahora no sabían cuál de los dos tomar.

Más de pronto una voz femenina se deja escuchar.

¡Tú eres Lucila Gonzaga!

“Siiiii” – respondió su hermana.

La chica que gritó salió de un manglar bien tupido y abrazó a su amiga.

Dio comida y bebida a la familia Noblecilla. Además nos entregó un caballo para que el viaje se haga menos cansado.

En este pasaje de su historia también sucedió algo. Doña Emma Noblecilla cuenta que ya habían caminado casi dos kilómetros y que de pronto el caballo pisó un pozo de arena y el caballo se quedó atascado.

“Era un pozo de arena movediza. Yo que iba montada fui obligado a tirarme del caballo. Lo hice pero el animal se fue hundiendo y desapareció y yo triste me puse a llorar”, cuenta.

En Guayaquil

Los Noblecillas Gonzaga., finalmente llegaron a Tendales, subieron a una barcaza y viajaron hacia Guayaquil. En ese lugar, específicamente en el muelle municipal a los refugiados los hicieron hacer colas.

“En la fila donde estábamos mi abuelita, mi mamá y yo nos llevaron a Quito; los de la fila de mi papá fueron enviados a Esmeraldas; y, a los de la tercera fila se las llevaron a Manabí.

En Quito fuimos bien atendidos. Vivimos en una casa con varios departamentos. Nos atendieron bien, nos daban de comer mucho pinol. Una sola vez al día nos daban de comer, como quien dice el almuerzo.

Mi abuelita vendía cosas para ganarse la vida”, agrega.

Nadie en el Ecuador ha sufrido los horrores de la guerra como la gente de la provincia de El Oro en 1941. Las poblaciones de Chacras, Santa Rosa, Arenillas y Balzalito fueron las más afectadas durante el estado de guerra.

De vuelta a Machala

Pasaron muchos meses y un día los refugiados fueron informados que los peruanos habían entregado la provincia

“Ya entregaron Machala, ya se fueron los peruanos, gritamos de alegría.

Nos trajeron de Quito a Guayaquil en tren. En Guayaquil cogimos un barco rumbo a Puerto Bolívar.
Llegamos muy por la mañana. Puerto Bolívar casi todas las casas estaban destrozadas. La gente caminaba de un lado a otro moviendo escombros. Mucha gente lloraba.

De puerto Bolívar a Machala, fuimos movilizados en el ferrocarril.

Yo era muy pequeña, pero vi familias abrazadas por la calle Bolívar. Madres y padres angustiados porque no encontraron a sus hijos y sus casas saqueadas.

En Machala, en casa de la profesora Lima García, que fue directora de la escuela Bolivia Benítez, se había quedado uno de sus familiares que cuando huyeron en julio de 1941 no alcanzó a huir y se escondió todo el tiempo en la parte alta de la casa donde había una pequeña bodega con ventanas y llena de mazorca de maíz. De día se escondía y de noche salía.

Fue emocionante verlo cuando al fin sus familiares llegaron y lo encontraron”.

La ciudad estaba destruida, los peruanos se llevaron, zinc, pianos, muebles, joyas y otros enseres.

Cuando todo se normalizó seguí estudiando en la escuela luego fui al colegio hasta tercer curso. Abandoné mis estudios porque mi mamá me enviaba a Caluguro a ayudar a mi papá en trabajo de campo y siendo así mi mamá ya no tuvo como ayudarme porque mi padre nos abandonó”, relata.

Emma Agripina Noblecilla Gonzaga, se casó el año de 1954 con José Nicolás Astudillo Marín. Tiene 8 hijos a quienes les ha contado esta historia de guerra ocurrida el año de 1941.

“Cuando cuento estas historias, mis nietos, las escuchan con atención y muchas veces lloran al conocer los sufrimientos que vivimos los machaleños en la invasión peruana”, explica.


Emma Agripina Noblecilla Gonzaga

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