Después del 5 de julio de 1941, el ambiente que se vivía al pie de la frontera era el de guerra de guerrillas, en los contraataques de bando y bando corría el patriotismo, todo para su defender su palmo de territorio.
Por Guillermo Noboa.
Caminando constantemente por la noche, burlando a los aviones huayruros (peruanos) que a cada momento hostigaban a las tropas de refuerzo, los voluntarios llegaron a la línea de combate.
Valencia, Tapia y Jaramillo fueron distribuidos en el sector de Huaquillas. El Sargento Angel Dávila Chávez comandaba el pelotón.
¿Cuidado guambritos con tener miedo! - les ordenó. ¿Hagan lo que les digo, y apunten bien antes de disparar! ¡Nadie se levanta hasta que yo les ordene y ojo al frente!
Las balas de los peruanos caían como lluvia, su artillería no descansaba un momento y los aviones bombardeaban las líneas ecuatorianas a cada instante. Las granadas y las bombas explosionaban levantando huracanes de tierra, pero los soldados ecuatorianos seguían firmes en sus posiciones, Valencia, Tapia, Jaramillo y los demás voluntarios combatían algo nerviosos y los primeros disparos los hacían cerrando los ojos.
El Sargento Dávila que estaba junto a ellos lo notó y les infundió coraje.
¡ Asimismo es al principio! - les dijo; ¡pero a los valientes respeta la bala! ¡De cada cartucho tienen que tumbar uno de esos! Y apunten abriendo bien los ojos! ¡Así como yo! - continuó el Sargento, disparando su fusil con asombrosa sangre fría.
Los muchachos pusieron en seguida en práctica los consejos del Sargento, manejando las armas con más seguridad.
Esto si que no lo oí, - murmuró Tapia.
Yo sí, - replicó Valencia.
Y si no matarnos prolijamente a los del otro lado, ellos nos matarán a nosotros, - indicó Valencia en tanto cargaba una alimentadora y miraba fijamente las líneas enemigas.
¡Y de veras! ¡Qué brutos que somos! - contestó Jaramillo.
Después de todo, tenemos de morir en donde quiera! Qué ca...rambas. ¡Echémosle el resto!
¡Ya está! ¡Qué ca...rambas! - contestaron los demás apretando los fusiles.
Las fuerzas peruanas se multiplicaban a cada instante, pese a las numerosas bajas que sufrían. Una hora llevaban de combatir y ninguno de los dos bandos cedía sus posiciones. El tiroteo de fusilería se hacia más intenso, los cañones enemigos retumbaban con más constancia y sus aviones no daban tregua bombardeando la retaguardia ecuatoriana.
De pronto, de las trincheras peruanas empezaron a saltar las alambradas, incitados por oficiales extraños que a cada rato recorrían las líneas (soldados mercenarios japoneses). No había duda que se lanzaban al ataque. El choque cuerpo a cuerpo se acercaba. La lucha era visiblemente desigual.
Mientras los ecuatorianos contestaban los fuegos sólo con fusiles y paraban el golpe en la proporción de uno a veinte, los peruanos aumentaban sus cañones de todo tipo, redoblaban sus tropas, apoyaban sus ataques con aviones y derrochaban ostensiblemente las municiones.
Pero nada de eso perturbaba la serenidad del soldado ecuatoriano; su puntería no fallaba e iba sembrando de cadáveres las líneas enemigas. Muchos quedaban enredados en las alambradas, otros avanzaban pocos pasos para caer de narices besando el suelo ecuatoriano que trataban de usurpar y hasta se notó que varios se escurrían por los chaparrales eludiendo el combate.
Jaramillo, Valencia, Tapia y los otros enrolados, peleaban ya como veteranos. Sus caras empolvadas en mezcla con el sudor sucio, no denotaban cansancio, menos miedo. Al contrario, apretaban los dientes con ansias de empujar al invasor. Serenamente disparaban de tiro en tiro procurando siempre hacer blanco.
El Sargento Dávila, con el semblante endemoniado y negra la cara por los fogonazos de los disparos, seguía dándoles valor y arrojo.
¡Cuidado con retroceder guambritos! - les decía. Preparen las bayonetas, ¡y si nos toca el turno de morir, primero hay que matar lo que se pueda de esos bichos! - continuaba enseñando a los invasores.
Era asombroso que un puñado de ecuatorianos mal armados, sostenían por más de dos horas a un enemigo inmensamente superior y con todas las armas. Pero las bajas empezaron también en el campo del Ecuador.
Un pequeño sector de sus escasas tropas principió a retroceder, y los usurpadores se apresuraron a meterse como cuñas por ese lado. El momento era decisivo. Dependía sólo de un movimiento para que los invasores arremetan desequilibrando la defensa ecuatoriana.
Y en ese instante de inminente peligro, el Subteniente Vaca se paró frente a su reducido destacamento. Despojóse con rapidez de su guerrera arrojándola lejos, y haciendo sus manos como garras rompió con furia su camisa, enseñando al enemigo su pecho desnudo.
¡Peguen aquí mi...serables! - gritó dirigiéndose a los peruanos.
¡Disparen como les de la gana, que aquí estamos los ecuatorianos! - y dando un violento giro llamó a su lado a sus soldados que ya retrocedían.
¡Adelante muchachos! - les dijo con energía. ¡Mostremos lo que somos los ecuatorianos!
Fue suficiente esta voz para que los soldados cogidos por inigualado pundonor y amor a la Patria, volvieron sobre sus pasos y se batieron como fieras.
Los peruanos caían “como tierra” (palabras de los soldados que combatieron) y los que quedaban regresaban con premura a sus trincheras. Las bayonetas estaban tintas de sangre y los ecuatorianos tenían que avanzar sobre un campo de restos humanos y heridos que daban quejidos de dolor.
¡Adelante muchachos! - gritaba a cada momento el Teniente Segundo Vaca.
¡Carguen duro guambras!- apoyaba el Sgto. Dávila. ¡De frente guambras!
Y proseguía; y ya estaban sobre las trincheras enemigas; ya estaban cerca de una pieza de artillería que los peruanos habían abandonado; ya trataban de cantar el himno patrio ante el usurpador vencido; pero en ese instante, un toque de corneta les ordenó regresar a sus primitivas posiciones.
Qué había pasado? ¿Quién era el que disponía que no culmine con el triunfo? Era la voz del respeto a los tratados acordados entre los Gobiernos; era el respeto a las leyes internacionales; ¡era el Quijote que aún vive en este Ecuador tan noble!
El Teniente Segundo Vaca recibió un mandato superior para que vuelva a su puesto, porque había pasado con sus tropas la línea del Status Quo...!
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Historia de Huaquillas
- Guillermo Noboa participó como soldado voluntario durante la invasión peruana de 1941, posteriormente se dedicó al periodismo y a escribir los relatos de los soldados durante la campaña.