martes, 17 de abril de 2018

Relatos de Guerra: Los Bravos Del Batallón Carchi​

Batallones ecuatorianos que en un gran mayoría era conformado de hasta 40 o 50 hombres, dependiendo del frente de batalla, estos soldados supieron hacer resistencia a la invasión en masa peruana de 1941

Las victorias y penurias del Batallón "Carchi" en la provincia de El Oro durante la guerra de 1941.

Por Humberto Oña Villaroel

El viento tenue empujaba suavemente las matas del extenso tabacal, y las anchas y robustas hojas despedían un aroma provocador. El día caluroso avanzaba hacia el cenit, y del suelo salía un vaho tibio. A lo lejos sobre obscuros bosques, se formaban nubarrones grises, dispersos en el fondo azul de la atmósfera.

Lo demás estaba quieto, como la calma que precede al ocultarse el sol. Detrás de una quinchua que circundaba una parte del tabacal, se levantó cautelosamente un casco y luego asomó un soldado, que lanzó al frente una mirada de lince.

- ¿Están concentrándose? - preguntó el Sargento Primero Francisco Vinueza.
- Si mi Primero, - contestó el soldado. Y parece que van a repetir la de ayer.
- Bueno, entonces venga acá Sargento Vitac, - repitió el Primero dirigiéndose al que espiaba. Escúrrete por allí y avanza hasta unos trescientos metros al costado derecho, fíjate si hay avanzadas enemigas y regresa a darme el parte.
- Muy bien, mi Primero, - continuó el Sargento Julio Vilac arrastrándose entre las matas de tabaco con el fusil en preventiva.
Después el Primero Vinueza, llamó al Cabo Alberto Almeida y le ordenó:
- Coge cinco hombres y córrete a la izquierda unos cincuenta metros y espera las señales convencionales.
- Entendido mi Primero, - dijo el Cabo obedeciendo la orden.

Esos hombres uniformados que estaban ocultos en el tabacal, eran veinticinco soldados del Batallón "Carchi", que cuidaban la posición de la Isla 'La Delicia", situada entre los dos cauces del río Zarumilla. El calendario del año marcaba el 25 de julio de 1941, y desde días antes los peruanos habían iniciado varios ataques sorpresivos a los reducidos destacamentos ecuatorianos, que defendieron sus puestos con un valor digno de las gloriosas tradiciones de nuestra Historia.

El pelotón estaba alerta y en toda la noche no habían pegado los ojos. Un pedazo de raspadura y otro de queso, sirvieron de sustento en más de treinta horas de continua vigilancia.

- Allá al frente hay gentes como hormigas, - dijo el Sargento Vinueza, acomodándose el casco y mirando al Soldado Moya.
- Así veo mi Primero, - contestó el Soldado.
- Pero no importa. Fíjate como está de tranquilo mi corazón, -prosiguió el Primero, llevando la mano del Soldado sobre su pecho. Y continuó: Ya nos atacaron ayer y anteayer, y no pudieron desalojarnos y eso que eran mucho más que nosotros. Y si ahora nos atacan, les responderemos lo mismo… porque no podemos dejarnos matar así no más...
- Así es mi Primero; pero lo que yo me admiro es que en seguida saben dónde estamos y cuántos somos, como si alguien les avisara, - explicó el Soldado Juan Moya.
- Yo si comprendo cómo es esta jugada. Vos sabes que esta isla es de un alemán que muere por ellos y ya podís imaginarte quién les da los datos. Y con que el gringo ponga la bandera con esa cruz chueca se acabó el cuento,.. dijo el primero.
- Eso es mi Primero. Y como los alemanes se llevan bien con los japoneses... ¡Ya, ya! ¡Ya sé mi Primero! - exclamó el Soldado Moya
La conversación a media voz iba a seguir, pero el silbido de un disparo la interrumpió.
- ¿No te dije? - pronunció el Primero Vinueza. Ya empiezan los "huayruros' y parece que ni ahora vamos a comer las papas con cáscara que nos ofreció el cocinero.
- Y lo peor es mi Primero, que si esto dura como ayer, las papas estarán ya frías y pueden darnos cólico, - explicó el Soldado Moya.
- ¿Oíste el silbo? - preguntó el Primero Vinueza.
- Sí, mi Primero. Es el Sargento Vilac que regresa, - dijo un soldado.
- Sí, él es. Pero el bandido cómo silba igualito al huiragchuro, ¿no? - continuó el Primero.
Y después de pocos minutos, el Sargento Julio Vilac asomó arrastrándose como gato por el tabacal. La frente tenía lastimada y unas pequeñas gotas de sangre le caían sobre un ojo.
- ¿Qué te pasó?- le preguntó el Primero con alguna preocupación.
- Nada mi Primero. Fije sólo un espino de una rama, - respondió el Sargento Vilac.
- ¡Ah! Bueno. Yo creí que te habían pegado. ¿Y no hay nada? -continuó el Primero.
- Por este lado no hay enemigos mi Primero. Recorrí todo el sector y los centinelas nuestros, me dicen que el grueso de los peruanos está por aquí - indicó el Sargento Vilac.
- ¡Ah! entonces, arregle rápido la pieza para detenerles, porque ya empiezan a dispararnos, - ordenó el Primero.
- En seguida mi Primero, - respondió el Sargento Vilac sacando rápidamente unas cuantas cintas de balas.
De pronto el oído fino del Sargento Vilac percibió varias señales dadas por el enemigo con pitos. Y después las líneas peruanas arrojaron feroces ráfagas de metralla y cargas de artillería.
- Esos se entienden con señales de pitos, - dijo el Primero Vinueza. Pero ya conocemos qué quieren decir. Nadie dispara todavía. ¡Esperemos que se acerquen! - añadió.
- ¿Qué hora es mi primero?- preguntó el Sargento Vilac.
- La una de la tarde, - respondió el Clase mirando su reloj de pulsera.

Prisioneros peruanos capturados por el Batallón "Cayambe" delatan al Gobierno peruano y al "Agrupamiento del Norte", hubieron mercenarios japoneses en la campaña militar contra el Ecuador en 1941, El Gobierno de Manuel Prado prefiere darle armas a los japoneses porque teme darle armas al pueblo porque es Aprista

Guarnición ecuatoriana de Chacras y su cuartel tras recibir bombardeo enemigo. Foto tomada del archivo del Ejercito ecuatoriano. Colorizada por Jair Falcon Mejia
Los soldados del pelotón del "Carchi" estaban quietos tirados en el suelo. Cada uno ansiaba el momento de contestar los fuegos y conservaban los fusiles listos a vomitar plomo. Al costado izquierdo donde estaba el Primero Vinueza con su pelotón, se oyó una descarga y luego una ametralladora que accionaba con furia.

- Esos son los nuestros mi Primero, - indicó el Sargento Vilac.
- Sí es la escuadra del Sargento Segundo Andrade, asintió el Primero Vinueza. Y luego apretándose la correa del casco, -repuso: ¡Muchachos! ¡Allí vienen los "huayruros"! ¡Fuego muchachos!

Y los fusiles ecuatorianos tronaron en la hondonada, estrellándose sus proyectiles en los cuerpos de los peruanos que intentaban avanzar. El Sargento Tobar del "Carchi", fue uno de los primeros que como un león salió al encuentro de los invasores.

Las ráfagas pasaban volándole pedazos de la blusa y del pantalón. Una bala resbaló por el casco, pero el Sargento continuaba entrando hacia el campo enemigo. Cada disparo que hacía era un peruano menos, y en cada paso que avanzaba cargaba una alimentadora en la caja del fusil. En vano los peruanos le dirigían cargas cerradas; las balas parecía que no querían acabar con la vida de ese heroico ecuatoriano.

Los "huayruros" optaron entonces por cercarle con un movimiento rápido, y lo consiguieron. Un oficial peruano trató de agarrarle por el cuello. El Sargento Luis Modesto Tobar se puso a la defensiva y le cargó con un tornillazo echando al peruano al suelo. Otro quiso dispararle apuntándole a la cabeza, pero el ecuatoriano se adelantó descerrajándole una bala.

La lucha de uno contra tantos, atrajo la atención de ambos lados y se suspendieron los fuegos en ese sector esperando el final. El Sargento Tobar en un instante caló su bayoneta y era emocionante ver cómo esgrimía su arma con una asombrosa seguridad.

Los peruanos caían haciéndole un semicírculo de cuernos ensangrentados y de heridos con los ojos desorbitados, y avergonzados por la tremenda resistencia del Sargento ecuatoriano, arremetieron en masa dejándole imposibilitado para la defensa, porque le cogieron por los brazos y le desarmaron. Enseguida le cargaron a puntapiés y culatazos, en forma que crispaba los nervios de indignación.

- ¡Suéltenle! - gritó con rabia el Primero Vinueza.
- ¡Suéltenle cobardes! - clamó el Sargento Vilac. ¡Así no se hace a un valiente!
¡Pero los 'huayruros" como una contestación digna de ellos, le terminaron clavándole los yataganes por la espalda y abandonándole hecho pedazos en un charco de sangre! Y con la muerte del Sargento Tobar, se anotó un hecho más del legítimo heroísmo ecuatoriano y de la barbarie de los usurpadores, barbarie que ellos también llaman "heroísmo".

No esperaron más los ecuatorianos. La sangre de un hermano asesinado enardeció su coraje y ciegos de venganza se lanzaron al ataque.

Oleada tras oleada de peruanos el Batallón Carchi supo hacerle cara a la superioridad numérica del enemigo

- ¡A la bayoneta muchachos! - ordenó el Sargento Vinueza.
- ¡Soldados del "Carchi'!, calar bayoneta y al asalto! - gritó el Sargento Vilac.
- ¡Al asalto! ¡Al asalto! - contestaron furiosos los ecuatorianos.

El Sargento Vilac con tres compañeros avanzaron con una ametralladora. Lo mismo hizo el Cabo Alberto Almeida. Las descargas peruanas semejaban cortinas de fuego y su artillería retumbaba a cada instante. Una ráfaga voló la mano derecha del Cabo Almeida, pero él siguió adelante, animando a los de su escuadra.

Otra ráfaga le arrancó la otra mano y un minuto después, cayó desangrando. Los soldados ecuatorianos no reparaban en el número superior de los peruanos y sus fusiles estaban quemando de tanto disparar. Las bajas del enemigo crecían a cada momento y en media hora de combate, quedaron muertos más de ciento cincuenta agresores, correspondientes al Regimiento "Indiana”.

Al lado del Sargento Vilac cayó atravesado por una bala el Cabo Víctor M. Ruiz y luego fue herido el soldado Guerrero; pero nada detenía la impetuosidad de los bravos del "Carchi". Y llegó el choque. Las bayonetas de los ecuatorianos se multiplicaban ensartando los cuerpos de los "huairuros”, que rodaban en sus propias trincheras. Se oían golpes secos, gritos desesperados y otros de coraje. Se veían caras endemoniadas y otras lánguidas y aterrorizadas.

Por todas partes el suelo estaba manchado de sangre, y a veces los montones de cadáveres dificultaban el accionar a los ecuatorianos.

De un pequeño chaparro, de improviso salió un peruano y se encaró al Sargento Vilac.
- “Grita "Viva el Pelú" - le dijo, apuntándole con su fusil.
El Sargento Vilac, en un movimiento veloz, se agazapó como un tigre y de un salto se agarró al desafiante. Ambos rodaron sobre unas matas de tabaco, y empezaron a luchar a muerte. El peruano en un rato de descuido del Sargento, le cogió por la garganta clavándole los dedos para dominarle. Ya parecía perdido, cuando el Sargento se esforzó y mordió furiosamente la mano del opresor. El dolor le hizo aflojar, y el Sargento Vilac aprovechó de ese instante para darle un tremendo puntapié en el estómago, arrojando de espaldas al "peruano". Luego se levantó, se apoderó del fusil con rapidez y amenazándole con bayoneta calada, exclamo:

- ¿ Con qué sois japonesito, no? Y gritas: Viva el Pelú, ¿ no?;
- Ríndete o te mato! - concluyó el Sargento Vilac.

Pero el japonés se paró con rapidez e iba a dispararle con una pistola que sacó del bolsillo del pantalón. El Sargento Vilac no le dió tiempo y en menos de lo que se puede pensar, le descargó un terrible tornillazo partiéndole el cráneo y matándole de contado. Una masa gris manchó la blusa del Sargento, que despreocupado ya de ese incidente, siguió imperturbable buscando contendores. Comenzó el desbande del enemigo, y momentos después los ecuatorianos quedaban de dueños del campo. El Sargento Vinueza entonces, colocando su casco en la punta del calibre de su fusil lo levantó bien alto y gritó:
- ¡Viva el Ecuador muchachos! ¡Viva el "Carchi”!

Y como la explosión de un volcán un "viva" de todo el pelotón resonó en el sector de la lucha.
El reloj apuntaba las cinco de la tarde. De nuevo vino una aparente calma. A lo lejos sonaba todavía uno que otro tiro, de los peruanos que huían por los matorrales.

En el terreno quedaban cascos, unos cuantos canastos lanzabombas, fusiles y sinnúmero de vestigios del combate, dejados por los invasores. Los soldados ecuatorianos no se fiaron sin embargo de ese descanso que no era definitivo.

Hicieron un recuento de sus pertrechos y de sus hombres, y vieron que ambos estaban escasos. Calcularon después las tropas numerosas de los peruanos. Consideraron que era inútil la resistencia y se prepararon a la retirada. Efectivamente, media hora después, un bombardero enemigo voló sobre sus cabezas, arrojándoles bombas, dirigiéndose en seguida a bombardear Chacras.

Casi al mismo tiempo, miles de peruanos asomaron nuevamente en el frente. Sus morteros, bombas de mano, artillería y fusiles reiniciaron el ataque. A Cada ecuatoriano tendría que batirse por lo menos contra cien adversarios.

Con todo resistieron, luego de causar más bajas a los usurpadores, retrocedieron lentamente cuando el crepúsculo de la tarde enseñaba arreboles rojos en el horizonte.

Y cuando entrada la noche, los heroicos soldados del "Carchi" guiados por el Guarda de Aduanas de Balsalito atravesaron los montes y se dirigieron a Arenillas, mientras una inmensa llamarada indicaba que Chacras había sido incendiada por los invasores.

Prisioneros peruanos cuentan detalles de los metodos de reclutamiento y de como los obligaron a partir al frente para iniciar la guerra contra el Ecuador

Este puñado de hombres defendía a la provincia de El Oro cuando se inició la agresión peruana, la fecha de la foto corresponde entre el 20 y 23 de julio de 1941, antes de que lleguen los refuerzos el día 25 a bordo del Cañonero Calderón.


Artículos relacionados:

Relato del frente sur en Macará, Provincia de Loja

Relatos de Guerra: El frente de batalla de Huaquillas

El Teniente Edmundo Chiriboga y la Batalla de Chacras

11 de Septiembre de 1941: Emboscada de Cune

Soldados ecuatorianos antes de partir al frente. Los soldados de este pelotón inspirarían el filme ecuatoriano "Mono con Gallinas&qu...